- Desnúdate – fueron tus palabras mientras tu seria mirada me imponía que ejecutará tu orden.
- He dicho que te desnudes, ¿acaso no me has oído?
- Si mi Amo – respondí.
Y procedí a despojarme del vestido y del sujetador ya que no llevaba tanga.
- Puedes dejarte las medias y las botas – me indicaste cuando empezaba a bajar la cremallera. Me detuve mirándote esperando tu siguiente orden.
- Sal del coche – me dijiste.
Me hice un poco la remolona, no hacía mucho frío pero temía que alguien pudiera verme, ya que las luces de los vehículos seguían avisándome de la proximidad de la autovía.
Viniste hasta mi puerta y tras abrirla me repetiste la orden.
Nada podía hacer salvo bajar del coche.
Tras aferrarme de la mano andamos hacía los cercanos árboles y entraste en aquella parcela, note que la tierra estaba algo húmeda porque mis tacones se hundían ligeramente y tenía que andar casi de puntillas.
Y en un pequeño claro rodeado de aquellos testigos silenciosos que albergaban con sus ramas nuestro secreto me ordenaste inclinarme.
Primero azotaste mi trasero, intentaba mantener el equilibrio en aquella postura aferrándome a tus piernas para no tambalearme.
Y tus azotes resonando en la soledad de la noche me hacían sentir de nuevo frágil y en tus manos una vez más… Fuiste incrementando la intensidad de las nalgadas pero aquel dolor me devolvía cada vez más a ti…Y tan sólo podía pensar que mi Amo estaba disfrutando de su sumisa.
Me quejaba levemente al compás de cada palmada mientras sentía como mi sexo se bañaba del deseo por ti…
Cuando te detuviste oí el crujir de tus pantalones deslizándose hacía el suelo y entonces tu sexo invadió mi sexo…
Me tomaste una y otra vez y tuve que inclinarme aún más, sintiéndote dentro de mí y dejando que el placer embargara todos mis sentidos mientras mi Amo se adueñaba de mí… Tuya, una vez más…
Mis manos clavadas ya en la mojada hierba en la que me apoyaba, tierra tan húmeda como mi sexo empapado del gozo de sentir a mi Amo dentro de mí…
Te pedí permiso porque sentía que ya iba a explotar de tanto placer, pero no quisiste que tu perrita disfrutara aún hasta el máximo.
Gemía y te suplicaba que me dieras permiso, era incapaz de controlar ya tanto deseo desbocado que surcaba cada poro de mi piel, pero no podía desobedecerte y temía ser ya incapaz de frenar mi deseo porque te sentía cada vez más…
Y tú seguías repitiendo aquel rotundo "No" y adentrándote cada vez con más pasión y fuerza en mí ser…Hasta que me diste permiso y pude dejar que el éxtasis me embargara de aquella locura por pertenecerte, por sentirte…
Me ayudaste después a incorporarme, me abrace a ti con todas mis fuerzas…Y todo dejo de existir al fundirme en tí en ese abrazo, sólo existe la sumisa, sólo existes tú mi Amo…